Es...

Se miraron a los ojos sin decirse nada.

- Tendremos que aceptarlo. - pensaron los dos.

Todos los padres, cuando esperan un hijo, temen esto en algún momento. Todos saben lo que conlleva. Todos saben que significa.

- Lo mirarán con otros ojos – dijo ella.

Desde el inicio partirá con desventaja.

- No podemos ocultarlo, todos nuestros amigos lo verán. – dijo él, resignado.

Les mirarán a los ojos sin decirles nada, “Tenéis que cargar con ello”, pensarán. Después se sentirán afortunados cogiendo a sus hijos en brazos, porque ellos han tenido suerte. Buscarán una guardería que lo acepte, pero retrasarán su incorporación tanto como puedan. Intentarán ocultarlo, habrá que seleccionar a sus amigos, los cumpleaños a los que asista... tarde o temprano se darán cuenta y ellos lo saben. Tendrá que luchar más que el resto, tendrá que demostrar que también puede.
A medida que se haga mayor, sus amigos verán que no es igual que ellos. Tienen la esperanza que para entonces ya puedan haberlo solucionado.

- Existen medicamentos, terapias y tratamientos. Son muy caros pero tendremos que hacerlo. – se dicen.

Tendrá problemas para encontrar pareja. Muchos acaban con otro como ellos. Entre ellos se aceptan.

Es pelirroja.

ARA O MAI: L’ANGOIXA DE VIURE (aclariment)

El relat amb aquest títol té forma circular. Reprodueix l'esfera d'un rellotge i cada vers ocupa el lloc d'un número, de forma que a cada suposada hora (simbolitzant tots els moments, en un cercle infinit) hauríem de reaccionar, actuar, decidir. I no ho fem.

I l'etern "ja ho faré" ens precipita a la frustració final de les oportunitats perdudes.

ARA O MAI: L’ANGOIXA DE VIURE

ARA

¿o ara? VA ARA


ara Ara sí


No, ara Ara


Sí Va, arA


Va Ja

Ara

YO POR LOS DEMÁS O LA LIBERTAD DE LUPO (VERSIÓN 2)

La mayor parte del tiempo se movía contorneándose y nadando a gran velocidad, como si quisiera atravesar cada gota del agua de la pecera. Me gustaba mirarlo, ver sus enormes ojos negros, planos, que temblaban como si se esforzasen, en vano, por comprender aquellas extrañas sombras y formas difuminadas que nos movíamos más allá de aquella frontera de cristal, invisible pero sólida, y que me miraban pidiéndome, insolentes, la razón de su cautiverio.
Era mi pez y se llamaba Lupo.

De Lupo me fascinaba, sobretodo, su persistente rebeldía, su tenaz inconformismo. ¿Cómo era posible que no hubiese aceptado, todavía, después de tanto tiempo, que era inútil luchar?
Recorría veloz, describiendo círculos y haciendo piruetas, todo el perímetro de la pecera.
Yo estaba seguro que buscaba una salida desesperadamente y que se encaraba al cristal golpeándolo, como si tratase de derribarlo.
Yo interpretaba todos los movimientos de Lupo como si fueran parte de la ejecución de un plan que él creía infalible para escapar. Y me daba lástima tener la certeza de que, como siempre, todos sus intentos conducían irremediablemente al fracaso. Y que él no lo supiera.
Tal vez fue por eso que decidí soltarlo en el estanque.
“No te preocupes, Lupo, yo te regalaré la libertad que tanto ansías”

Contrariamente a lo que yo esperaba, una vez en el estanque, Lupo no nadó veloz, emocionado, ansioso, no desapareció entre las rocas y las algas del fondo. Se quedó unos instantes suspendido como un globo y luego realizó sus acostumbradas piruetas y sus veloces recorridos circulares, como si resiguiese las paredes de una pecera imaginaria. Incluso se paró como si mirase fuera de un cristal que no existía. Los mismos movimientos y la misma mirada que días antes me parecían muestras evidentes de su rabia, de su lucha insaciable por escapar, ahora se me revelaban como la mera interpretación de un guión aprendido, sin alma ni pasión.
“Es la libertad que tanto querías, Lupo”
Metí los dedos en el agua y los agité para que reaccionara. Pero se desplazó unos centímetros y volvió a sus nerviosos vaivenes en un radio de treinta centímetros.
Yo no lo comprendía. Por fin era libre y no escapaba.

Regresé al estanque cada día durante una semana. Lupo siempre estaba en el mismo lugar y hacía el mismo movimiento nervioso cuando yo probaba de acariciarlo.

Hasta que, un día, Lupo ya no estaba en su rincón. Apreté los labios y asentí, orgulloso, satisfecho de que, finalmente, Lupo se hubiese adaptado a la nueva vida y ya disfrutase de mi regalo de libertad.
Lo busqué por el estanque para verlo feliz, nadando junto a otros peces, escondiéndose y jugando entre las piedras el fondo.

Di dos vueltas al estanque y lo encontré flotando en la superficie, como una hoja seca y crujiente, como aplastado por la presión del aire contra el agua. Un ojo miraba al cielo, azul pero tan negro en su reflejo, y el otro al fondo del estanque.

La oscuridad en su mirada, que me había parecido tan fogosa y rebelde, reflejaba ahora un miedo atroz. Quizá Lupo nunca quiso nadar en otras aguas. Quizá sólo yo deseé su libertad.