5 CONSEJOS PARA FOTOGRAFIAR EL AMANECER EN LA PLAYA


1. Déjatelo todo listo la noche anterior.

Estos son los síntomas si no has realizado este punto correctamente:

- Entras 10 veces en la misma habitación, a por los pantalones cortos, el trípode, la bolsa, la cámara, la funda de la cámara, el cable de descarga de la cámara...

- Cuentas y recuentas si lo llevas todo, las llaves el coche, las llaves de casa, el móvil, el Pc... coño! la cámara!

- Y lo más significativo... llegarás al parking y te darás cuenta que te has dejado la toalla :-s

2. Llévate una linterna.

Para fotografiar el amanecer, es aconsejable llegar con antelación al lugar escogido. Eso significa que si aún no ha salido el sol... no hay luz. Al menos hasta que inventen rocas rompeolas fluorescentes.

Estos son los síntomas si no has realizado este punto correctamente:

- No verás un pijo.

3. Hazte con una tarjeta de memoria con mucha capacidad.

Cuando el sol asoma por el horizonte cada segundo es clave y puedes ver entre foto y foto como el sol va alzándose rápidamente. Cada segundo pasado es una foto perdida. Así pues necesitas estar preparado y con una tarjeta que te permita no preocuparte de la memoria porque harás muchas fotos (más aún si necesitas una calidad considerable).

Estos son los síntomas si no has realizado este punto correctamente:

- Te cagas en las rocas y en su put@#~~#€ cada vez que tienes que salir corriendo a descargar las fotos al Pc (que tienes guardado en el maletero del coche).

- Te das cuenta que por mucho que saltes e intentes animar al put|@#~ windows para que acelere la descarga de las fotos, el windows te ignora (recomendable llevar un ordenador de la NASA para acelerar el proceso).

- Te Re-cagas en las mismas rocas de vuelta.

4. Llévate más de una toalla.

Has de tener en cuenta que acabarás sacándote la chaqueta, dejarás la bolsa de la cámara en el suelo (arena, roca...), trípode, en algún momento la cámara... y harás fotos a nivel de suelo. Una vez allí te darás cuenta que "...no hay espacio para todos en esta toalla...".

Estos son los síntomas si no has realizado este punto correctamente:

- Si te haces el machote y eres tu el que se queda sobre la toalla, luego el resto de objetos te harán recordar que han estado en la arena. Si por el contrario cedes... te acuerdas tu solo.

5. Alquila un traje de neopreno (el más importante).

La playa se compone de un 10% de arena y un 90% de mar... (Sólo esto ya debería de valerte) pero si a esto le añades que quieres fotografiar un libro en la orilla, como si el mar lo hubiese posado en la arena... corres el riesgo que el propio mar quiera recuperarlo.

Estos son los síntomas si no has realizado este punto correctamente:

- Puedes ver incrédulo como el mar decide empezar a aprender Alemán y se lleva el libro ("El Mar es sabio", dicen algunos, como mínimo le gustan los idiomas)... entonces esta bien que lleves puesto el traje. En su defecto deberás sacarte el calzado, los pantalones y salir corriendo desesperadamente hacía el mar viendo como el libro te dice adiós con una de sus empapadas hojas. Como "Aprender Alemán es fácil" no hace ningún tipo de esfuerzo por volver a la orilla, eres tu el que tienes que darte prisa si no quieres acabar nadando en toda regla... entonces te acuerdas de una variante del primer síntoma del punto 3. ("Te cagas en las rocas y en su put@#~@ cada vez que tienes que salir corriendo...") ... esta vez en las submarinas.

Desde el paseo se detienen 3 señoras mayores que ven como hoy, en su paseo diario, ven a un tipo con las manos en alto, gritando y haciendo chiquito, con el agua hasta la cintura, sin meta aparente...

Una vez lo alcanzas... te acuerdas de la variante del tercer síntoma del punto 3 ("Te Re-cagas en las mismas rocas de vuelta").

Al llegar a la orilla, dejas el libro en la arena, lejos del alcance del mar por sí le ha quedado algún capítulo sin leer y buscas a Pamela Anderson para que te reanime de cintura para abajo... ... ... ... ... cuando aceptas que no va aparecer empiezas a botar y a correr por la playa para entrar en calor. Rápidamente vuelves a las fotos porque el sol no te ha esperado...

Desde ese momento es recomendable ir moviendo los dedos de los pies y de vez en cuando volverte para contarlos y asegurarte que siguen ahí.

La sesión fotográfica acaba cuando el temblor de las manos hace que el libro quede fuera de la foto.

P.D: Llega un momento que el agua esta más caliente que tus pies... a modo de recuperación, aconsejo volver a meterlos en el agua y posteriormente caminar un poco por el paseo para volver a sentirlos.

QUIEN JUZGA, QUIEN DECIDE (VERSIÓN DINOSAURIO)

Quise comprobarlo y por eso estoy aquí, tocando el violín en esta concurrida esquina.
“Su música es el lenguaje de los sentimientos”, decían los periódicos. “Insuperable”
Los dedos, rígidos por el frío, crujen como si se quejasen.

Lo he descubierto gracias a ella.
Acaba de pasar con un andar decidido, atropellado. Corpulenta, pelo rubio rizado en media melena informe. Se ha encontrado con las notas que fluyen de mi violín y las ha despreciado, como si espantase una nube de moscas.
La otra noche pagó casi doscientas liras para asistir a mi concierto en el Albert Hall. Primera fila. Vestido azul verdoso. La recuerdo porque aplaudía exageradamente y gritó “bravo” hasta ponerse roja. Parecía entusiasmada.

Al acabar el concierto, por un momento, pensé –la seducción de la mentira complaciente- que Sandro tenía razón y era mi música lo que la había emocionado.
Y ahora sé que no.
Esta sucia acera –el asfalto húmedo a mis pies, la funda del violín abierta como un pájaro desplumado- no es un patio de butacas pero estoy interpretando el mismo repertorio que en los conciertos.
Si yo fuera, como dicen los diarios, “el mejor violinista del mundo”, los transeúntes se detendrían a escucharme. Pero me ignoran. Uno incluso me ha rozado mientras chillaba hablando por el móvil.

Al verla he pensado que por lo menos ella sabría apreciar mi música, como hizo –¿como hizo?- la otra noche. Aunque sólo fuera porque hoy, por esta vez, es gratis.

QUIEN JUZGA, QUIEN DECIDE (VERSIÓN EXTENDIDA)

“El mejor violinista del mundo”, titula el diario. Lo dejo caer sobre la mesa de cristal y me acerco al ventanal que da acceso a la terraza. La ciudad, once pisos más abajo, se extiende a mis pies como una alfombra.
El sol se ha puesto hace unos minutos. Ha dejado un fulgor anaranjado en el horizonte tan luminoso que parece irreal, digital.
-Ya está confirmado, no queda ni una entrada. Y hubiésemos vendido miles más si hubieras aceptado tocar en el Wembley Arena.
Ya hemos hablado de eso.
-No quiero tocar allí. Me gusta la sonoridad del Albert Hall.
-Sólo digo que lo llenarías.
Las calles parecen arterias que reparten un líquido brillante por toda la ciudad.
-¿Con quien me han medido?
-¿Qué quieres decir?
Me giro y miro a Sandro a los ojos.
-La música no se puede calcular, ni traducir en puntos o clasificaciones. Para decidir que soy el mejor, digo, ¿Cómo lo hacen?
-Supongo que se basan en los millones de entradas vendidas. Además, la crítica te aclama allá donde tocas.
-Pero, ¿es mi música lo que les gusta?
-¿Y qué va a ser sinó?
-No lo sé, de verdad, no lo sé. Quizá deberíamos preguntárselo al diario.


Al acabar el concierto explota un mar de aplausos sonoros, como el granizo sobre el cristal, durante minutos que se hacen eternos.
Una de las veces que salgo saludar, me fijo en una mujer de la primera fila que está entusiasmada. Exageradamente emocionada. Mueve la cabeza y los brazos de una forma tan artificial que parece interpretar a un personaje cómico. Grita “bravo” hasta ponerse roja.
A veces juego a individualizar un aplauso o una voz entre la multitud.
En el caso de la mujer no es difícil pues su físico portentoso la acompaña en su afán por destacar. Una melena corta, rubia, rizada y un vestido verde azulón.
En la tercera fila dos ancianos han dejado de aplaudir. Parecen agotados.
“Maravilloso”, vocea la mujer de la primera fila.
En los laterales hay gente mirando el reloj y pensando que si no salen ahora se econtrarán llenas las escaleras de bajada.


Lo planeé ayer por la tarde y no ha sido dificil. De hecho, sólo necesitaba mi violín y algo de ropa arrugada. Y un sombrero calado para disimular el rostro. Las partituras no porque conozco las piezas de memoria.
He elgido una esquina céntrica por la que pasa muchísima gente durante todo el día.
Abro la funda del violín, la dejo en el suelo, abierta, y empiezo a tocar.
Las notas se ahogan primero en el mar sonoro de la calle pero no desisto.
Poco a poco los sonidos se unen para formar melodías que fluyen destacándose por fin.
Estoy interpretando el repertorio del concierto de anteayer por la noche.
La gente me mira. Podría decir que algunos se paran, que otros me señalan, que otros incluso cruzan a pocos centímetros de mí hablando por el movil; pero, sobretodo me miran. Termino la primera pieza. Tres o cuatro aplauden con desgana, más para justificar su presencia frente a mí que por ánimo de manifestar su entusiasmo. Dos parejas se acercan.
Dos monedas. Tres.
Otra.
La segunda pieza, más lenta, provoca la deserción de los pocos fieles que me escuchaban
Nadie se para, ahora ni me miran.
Estoy tocando el violín sólo entre la muchedumbre siempre renovada de la esquina.
Pasan cientos, miles de orejas, todas distintas, todas con la posibilidad de disfrutar gratuitamente del “mejor violinista del mundo”.
Y nadie se para.
Me ha parecido ver entre la gente a una mujer corpulenta, pelo rubio rizado en media melena informe. La mujer de la primera fila del concierto. Me ha parecido verla pasar, que me miraba de reojo y seguía su camino.
No sé si era ella. Pareció gustarle mi música la otra noche.
Creo que ella, por lo menos ella, se hubiera parado a escucharme.

¿QUE HE HECHO? (Versión 2.0)

Lleno mis pulmones de aire… aguanto la respiración…cierro con fuerza el ojo izquierdo… alargo y tenso los brazos… agudizo la vista… intento calmar las pulsaciones, sin éxito… noto como una gota de sudor nace en mi frente, recorre mi cara y muere en mis labios… localizo el objetivo… pero las pulsaciones me impiden mantenerlo fijo. Bajo el arma, cierro los ojos y respiro hondo.

Me encuentro en una trinchera. A mi derecha, hay un soldado gritando de desesperación. Tiene la cara llena de lágrimas y llora como si de un bebe se tratase. Esta encogido y temblando. Es incapaz de moverse del miedo que siente. Abraza el arma con ambos brazos como si su vida dependiera de ello, como si eso le protegiera. No tiene nada más a lo que aferrarse. Cree que si no la suelta, no morirá. Su cara solo muestra sufrimiento.

Unos metros a mi izquierda se encuentra otro soldado boca-arriba, gritando. Una granada de mano le ha arrancado el brazo. Varios chicos de la compañía intentan sujetarlo, pero parece tener la fuerza de cinco hombres. Se mueve de un lado a otro, como si eso le calmara el dolor. Su brazo no cesa de escupir sangre a chorros y la garganta parece que le va a estallar. En su cara solo hay sufrimiento.

De fondo, el silbido de las balas que pasan cerca de mi, las ráfagas de las ametralladoras y el estruendo de los cañones. Es como una orquesta…La Orquesta del Horror.

Centro la mirada en mi rifle. Lo agarro de nuevo y lo alzo hasta la altura de los ojos. Vuelvo a apuntar al objetivo. Es un hombre. Se encuentra medio camuflado en lo alto de un árbol. La densidad del follaje lo hace confundirse entre las hojas. Lo tengo justo en la mirilla. Aguanto la respiración…coloco el dedo en el gatillo… apunto… el sobresalto de una explosión cercana me hace cerrar los ojos y contraer el dedo...

Pasan unos segundos antes de ver como el cuerpo es sacudido por el impacto de la bala. Cae sin vida, golpeándose entre las ramas. Los brazos flácidos se agitan de un lado para otro. Finalmente, su cabeza queda bajo su cuerpo, boca-abajo, sobre unas rocas donde va creciendo una mancha oscura bajo él.

Me tiemblan las manos. Entonces pierdo el control de mi mente. Pienso en mi mujer, en mis hijos y les pido perdón, les pido perdón una y otra vez. Siento dolor, un dolor interno.

Miro el rifle, y lo dejo caer golpeando el suelo con dureza.

No se porque estoy luchando, no se por quien estoy luchando, no se que hago aquí, ni quien ha decidido que esté. Solo se que todos los que estamos aquí, queremos irnos. La conciencia no tiene piedad y veo a mis hijos y mi esposa…¡¡Dios mío!!…¿¿¡¡Que he hecho!!??…