ARA O MAI: L’ANGOIXA DE VIURE (aclariment)

El relat amb aquest títol té forma circular. Reprodueix l'esfera d'un rellotge i cada vers ocupa el lloc d'un número, de forma que a cada suposada hora (simbolitzant tots els moments, en un cercle infinit) hauríem de reaccionar, actuar, decidir. I no ho fem.

I l'etern "ja ho faré" ens precipita a la frustració final de les oportunitats perdudes.

ARA O MAI: L’ANGOIXA DE VIURE

ARA

¿o ara? VA ARA


ara Ara sí


No, ara Ara


Sí Va, arA


Va Ja

Ara

YO POR LOS DEMÁS O LA LIBERTAD DE LUPO (VERSIÓN 2)

La mayor parte del tiempo se movía contorneándose y nadando a gran velocidad, como si quisiera atravesar cada gota del agua de la pecera. Me gustaba mirarlo, ver sus enormes ojos negros, planos, que temblaban como si se esforzasen, en vano, por comprender aquellas extrañas sombras y formas difuminadas que nos movíamos más allá de aquella frontera de cristal, invisible pero sólida, y que me miraban pidiéndome, insolentes, la razón de su cautiverio.
Era mi pez y se llamaba Lupo.

De Lupo me fascinaba, sobretodo, su persistente rebeldía, su tenaz inconformismo. ¿Cómo era posible que no hubiese aceptado, todavía, después de tanto tiempo, que era inútil luchar?
Recorría veloz, describiendo círculos y haciendo piruetas, todo el perímetro de la pecera.
Yo estaba seguro que buscaba una salida desesperadamente y que se encaraba al cristal golpeándolo, como si tratase de derribarlo.
Yo interpretaba todos los movimientos de Lupo como si fueran parte de la ejecución de un plan que él creía infalible para escapar. Y me daba lástima tener la certeza de que, como siempre, todos sus intentos conducían irremediablemente al fracaso. Y que él no lo supiera.
Tal vez fue por eso que decidí soltarlo en el estanque.
“No te preocupes, Lupo, yo te regalaré la libertad que tanto ansías”

Contrariamente a lo que yo esperaba, una vez en el estanque, Lupo no nadó veloz, emocionado, ansioso, no desapareció entre las rocas y las algas del fondo. Se quedó unos instantes suspendido como un globo y luego realizó sus acostumbradas piruetas y sus veloces recorridos circulares, como si resiguiese las paredes de una pecera imaginaria. Incluso se paró como si mirase fuera de un cristal que no existía. Los mismos movimientos y la misma mirada que días antes me parecían muestras evidentes de su rabia, de su lucha insaciable por escapar, ahora se me revelaban como la mera interpretación de un guión aprendido, sin alma ni pasión.
“Es la libertad que tanto querías, Lupo”
Metí los dedos en el agua y los agité para que reaccionara. Pero se desplazó unos centímetros y volvió a sus nerviosos vaivenes en un radio de treinta centímetros.
Yo no lo comprendía. Por fin era libre y no escapaba.

Regresé al estanque cada día durante una semana. Lupo siempre estaba en el mismo lugar y hacía el mismo movimiento nervioso cuando yo probaba de acariciarlo.

Hasta que, un día, Lupo ya no estaba en su rincón. Apreté los labios y asentí, orgulloso, satisfecho de que, finalmente, Lupo se hubiese adaptado a la nueva vida y ya disfrutase de mi regalo de libertad.
Lo busqué por el estanque para verlo feliz, nadando junto a otros peces, escondiéndose y jugando entre las piedras el fondo.

Di dos vueltas al estanque y lo encontré flotando en la superficie, como una hoja seca y crujiente, como aplastado por la presión del aire contra el agua. Un ojo miraba al cielo, azul pero tan negro en su reflejo, y el otro al fondo del estanque.

La oscuridad en su mirada, que me había parecido tan fogosa y rebelde, reflejaba ahora un miedo atroz. Quizá Lupo nunca quiso nadar en otras aguas. Quizá sólo yo deseé su libertad.

ÉL, ÉL Y SIEMPRE ÉL... O YO

- ¡Que no me sigas! ¡Suéltame! -
... y apagué la luz.

YO EN LOS OTROS O LA LIBERTAD DE LUPO

La mayor parte del tiempo estaba inmóvil, como si fuese una gota más en el agua de la pecera. Me gustaba mirarlo, ver sus enormes ojos negros, planos, que temblaban como si se esforzasen, en vano, por comprender aquellas extrañas sombras y formas difuminadas que nos movíamos más allá de aquella frontera de cristal, invisible pero sólida.
Era mi pez y se llamaba Lupo.

De Lupo me fascinaba, sobretodo, la ausencia absoluta de rebeldía, de inconformismo, de lucha. Nunca lo había visto golpear el cristal de la pecera, ni tratar de derribarlo, ni recorrer todo su perímetro buscando una grieta por la que escapar.
Lupo nadaba indiferente o resignado, sin rencor y seguro sin esperanza.
Tal vez fue por eso que decidí soltarlo en el estanque.
“Por fin la libertad, ¿eh Lupo?”

Contrariamente a lo que yo esperaba, Lupo no nadó veloz, emocionado, ansioso, no desapareció entre las rocas y las algas del fondo. Se quedó suspendido como un globo.
Metí los dedos en el agua y los agité para que reaccionara pero se desplazó perezosamente unos centímetros y volvió a su impasibilidad.
Regresé al estanque cada día durante una semana. Lupo siempre estaba en el mismo lugar y hacía el mismo movimiento delicado, casi imperceptible, cuando yo probaba de acariciarlo.

Hasta que, un día, Lupo ya no estaba en su rincón. Apreté los labios y asentí, orgulloso, satisfecho de que, finalmente, Lupo se hubiese adaptado a la nueva vida y ya disfrutase de mi regalo de libertad.
Lo busqué por el estanque para verlo feliz, nadando junto a otros peces, haciendo piruetas entre las piedras el fondo.
Di dos vueltas al estanque y lo encontré flotando en la superficie, como una hoja seca y crujiente, como aplastado por la presión del aire contra el agua. Un ojo miraba al cielo, azul pero tan negro en su reflejo, y el otro al fondo del estanque. Y seguían tan planos, tan vacíos, tan desesperanzados.

EL BOTE

Enhorabuena a todos los náufragos rescatados de la inmensidad del océano por este pequeño bote. Estaréis sorprendidos de haber sido rescatados sin haber naufragado con anterioridad, pero yo os sacaré de dudas como de la deriva en la que os encontráis. Pretendemos protegernos con salvavidas desconociendo que si el mar decide acabar con nosotros, no tendremos ninguna opción de salvarnos. Remamos hacia una dirección y fijamos nuestra mirada en el horizonte, allí donde el mar se une con el cielo. Olvidamos que el océano, en cualquiera de sus caprichos, puede acabar con nuestra embarcación y convertirnos en náufragos ahogados. Y en el mejor de los casos llegaremos hasta el horizonte y presenciaremos incrédulos que tras él no hay más que otro horizonte. Así pues la salvación no es llegar hasta él sino remar sabiendo que siempre encontraremos otro.

EL TREN DE LA VIDA



La vida no és més que un viatge en tren: ple d’embarcaments i desembarcaments, de persones conegudes i desconegudes, ple de sorpreses agradables, paisatges esplèndids i, de tant en tant, algun ruixat.

Quan naixem, pugem al tren i ens trobem a algunes persones que creiem que sempre ens acompanyaran en aquest viatge. Lamentablement no sempre és així, alguns baixaran en alguna estació deixant-nos orfes del seu afecte, amistat i la seva companyia irreemplaçable. No obstant, això no impedeix que pugin altres persones que també esdevindran especials per nosaltres i ens acompanyaran en el camí.

De les persones que agafen aquest tren, n’hi haurà que només l’agafaran per fer un passeig, baixant a la següent estació, i altres circularan sempre amb nosaltres en el mateix tren, potser no sempre en el mateix vagó, però sempre a prop perquè durant el viatge puguem arribar fins on són ells només recorrent els diferents vagons.

Molts, quan baixaran, deixaran una enyorança permanent; alguns una tristesa transitòria, i altres passen tan desapercebuts que ni tant sols ens adonem que han deixat lliure el seu seient.
No té importància, el viatge s’ha de fer de totes maneres: ple de reptes, somnis, fantasies, alegries, esperes, comiats, somriures i llàgrimes.. això sí, el tren no s’atura, segueix avançant, al seu ritme, cap al seu destí.

Cada un dels passatges fa del viatge un moment especial. En algun moment del trajecte ens ajudaran, ens distreuran, ens entendran, ens ensenyaran, ens comprendran, o senzillament ens faran somriure, reflexionar, somniar…

El gran misteri, en definitiva, és que no sabrem mai en quina estació baixarem, i encara menys a quina baixaran aquells que ens acompanyen. I aquest misteri és el que fa que aquest viatge esdevingui emocionant, apassionant, excitant...

I Quan baixi del tren, sentiré nostàlgia? Crec que sí, segur que sí!

Separar-me d’alguns dels amics que vaig fer durant el viatge serà dolorós, deixar el tren que em va portar fins on sóc avui m’entristirà, i sobre tot, veure com s’allunya el tren des de l’andana…

Però m’aferro a l’esperança de que agafaré un altre tren, i que en algun moment, arribaré a l’estació principal on sentiré la gran emoció de retrobar-los, i sobre tot de veure’ls arribar amb un equipatge que no tenien quan els vaig conèixer. El que em farà feliç serà pensar que vaig col·laborar perquè els seu equipatge creixés, que esdevingués cada dia més valuós perquè això significarà que la meva estància en aquell tren va valdre la pena.

Ara he pujat en un altre tren, no sé quina és la seva destinació però no m’importa, perquè sóc feliç. M’assec en un seient i miro el paisatge encisador que transcorre per la finestra, sento la nostàlgia de canviar de tren i una llàgrima em rellisca per la galta. Noto l’escalfor d’una mà que es posa sobre la meva, sento la tendresa d’una ma amiga que em diu No pateixis, sóc aquí. Em giro i ets allà, asseguda al meu costat, sempre al meu costat.

De tots els passatgers del tren, n’hi ha molt pocs que estiguin sempre al teu costat, que t’acompanyin allà on tu vagis, que no canviïn ni de vagó ni de tren, que t’omplin la maleta de meravellosos moments compartits i que t’ajudin a transportar la maleta de la memòria...

I tu, Leila, ets una d’elles.


Sempre teva,

Puchita.

5 CONSEJOS PARA FOTOGRAFIAR EL AMANECER EN LA PLAYA


1. Déjatelo todo listo la noche anterior.

Estos son los síntomas si no has realizado este punto correctamente:

- Entras 10 veces en la misma habitación, a por los pantalones cortos, el trípode, la bolsa, la cámara, la funda de la cámara, el cable de descarga de la cámara...

- Cuentas y recuentas si lo llevas todo, las llaves el coche, las llaves de casa, el móvil, el Pc... coño! la cámara!

- Y lo más significativo... llegarás al parking y te darás cuenta que te has dejado la toalla :-s

2. Llévate una linterna.

Para fotografiar el amanecer, es aconsejable llegar con antelación al lugar escogido. Eso significa que si aún no ha salido el sol... no hay luz. Al menos hasta que inventen rocas rompeolas fluorescentes.

Estos son los síntomas si no has realizado este punto correctamente:

- No verás un pijo.

3. Hazte con una tarjeta de memoria con mucha capacidad.

Cuando el sol asoma por el horizonte cada segundo es clave y puedes ver entre foto y foto como el sol va alzándose rápidamente. Cada segundo pasado es una foto perdida. Así pues necesitas estar preparado y con una tarjeta que te permita no preocuparte de la memoria porque harás muchas fotos (más aún si necesitas una calidad considerable).

Estos son los síntomas si no has realizado este punto correctamente:

- Te cagas en las rocas y en su put@#~~#€ cada vez que tienes que salir corriendo a descargar las fotos al Pc (que tienes guardado en el maletero del coche).

- Te das cuenta que por mucho que saltes e intentes animar al put|@#~ windows para que acelere la descarga de las fotos, el windows te ignora (recomendable llevar un ordenador de la NASA para acelerar el proceso).

- Te Re-cagas en las mismas rocas de vuelta.

4. Llévate más de una toalla.

Has de tener en cuenta que acabarás sacándote la chaqueta, dejarás la bolsa de la cámara en el suelo (arena, roca...), trípode, en algún momento la cámara... y harás fotos a nivel de suelo. Una vez allí te darás cuenta que "...no hay espacio para todos en esta toalla...".

Estos son los síntomas si no has realizado este punto correctamente:

- Si te haces el machote y eres tu el que se queda sobre la toalla, luego el resto de objetos te harán recordar que han estado en la arena. Si por el contrario cedes... te acuerdas tu solo.

5. Alquila un traje de neopreno (el más importante).

La playa se compone de un 10% de arena y un 90% de mar... (Sólo esto ya debería de valerte) pero si a esto le añades que quieres fotografiar un libro en la orilla, como si el mar lo hubiese posado en la arena... corres el riesgo que el propio mar quiera recuperarlo.

Estos son los síntomas si no has realizado este punto correctamente:

- Puedes ver incrédulo como el mar decide empezar a aprender Alemán y se lleva el libro ("El Mar es sabio", dicen algunos, como mínimo le gustan los idiomas)... entonces esta bien que lleves puesto el traje. En su defecto deberás sacarte el calzado, los pantalones y salir corriendo desesperadamente hacía el mar viendo como el libro te dice adiós con una de sus empapadas hojas. Como "Aprender Alemán es fácil" no hace ningún tipo de esfuerzo por volver a la orilla, eres tu el que tienes que darte prisa si no quieres acabar nadando en toda regla... entonces te acuerdas de una variante del primer síntoma del punto 3. ("Te cagas en las rocas y en su put@#~@ cada vez que tienes que salir corriendo...") ... esta vez en las submarinas.

Desde el paseo se detienen 3 señoras mayores que ven como hoy, en su paseo diario, ven a un tipo con las manos en alto, gritando y haciendo chiquito, con el agua hasta la cintura, sin meta aparente...

Una vez lo alcanzas... te acuerdas de la variante del tercer síntoma del punto 3 ("Te Re-cagas en las mismas rocas de vuelta").

Al llegar a la orilla, dejas el libro en la arena, lejos del alcance del mar por sí le ha quedado algún capítulo sin leer y buscas a Pamela Anderson para que te reanime de cintura para abajo... ... ... ... ... cuando aceptas que no va aparecer empiezas a botar y a correr por la playa para entrar en calor. Rápidamente vuelves a las fotos porque el sol no te ha esperado...

Desde ese momento es recomendable ir moviendo los dedos de los pies y de vez en cuando volverte para contarlos y asegurarte que siguen ahí.

La sesión fotográfica acaba cuando el temblor de las manos hace que el libro quede fuera de la foto.

P.D: Llega un momento que el agua esta más caliente que tus pies... a modo de recuperación, aconsejo volver a meterlos en el agua y posteriormente caminar un poco por el paseo para volver a sentirlos.

QUIEN JUZGA, QUIEN DECIDE (VERSIÓN DINOSAURIO)

Quise comprobarlo y por eso estoy aquí, tocando el violín en esta concurrida esquina.
“Su música es el lenguaje de los sentimientos”, decían los periódicos. “Insuperable”
Los dedos, rígidos por el frío, crujen como si se quejasen.

Lo he descubierto gracias a ella.
Acaba de pasar con un andar decidido, atropellado. Corpulenta, pelo rubio rizado en media melena informe. Se ha encontrado con las notas que fluyen de mi violín y las ha despreciado, como si espantase una nube de moscas.
La otra noche pagó casi doscientas liras para asistir a mi concierto en el Albert Hall. Primera fila. Vestido azul verdoso. La recuerdo porque aplaudía exageradamente y gritó “bravo” hasta ponerse roja. Parecía entusiasmada.

Al acabar el concierto, por un momento, pensé –la seducción de la mentira complaciente- que Sandro tenía razón y era mi música lo que la había emocionado.
Y ahora sé que no.
Esta sucia acera –el asfalto húmedo a mis pies, la funda del violín abierta como un pájaro desplumado- no es un patio de butacas pero estoy interpretando el mismo repertorio que en los conciertos.
Si yo fuera, como dicen los diarios, “el mejor violinista del mundo”, los transeúntes se detendrían a escucharme. Pero me ignoran. Uno incluso me ha rozado mientras chillaba hablando por el móvil.

Al verla he pensado que por lo menos ella sabría apreciar mi música, como hizo –¿como hizo?- la otra noche. Aunque sólo fuera porque hoy, por esta vez, es gratis.

QUIEN JUZGA, QUIEN DECIDE (VERSIÓN EXTENDIDA)

“El mejor violinista del mundo”, titula el diario. Lo dejo caer sobre la mesa de cristal y me acerco al ventanal que da acceso a la terraza. La ciudad, once pisos más abajo, se extiende a mis pies como una alfombra.
El sol se ha puesto hace unos minutos. Ha dejado un fulgor anaranjado en el horizonte tan luminoso que parece irreal, digital.
-Ya está confirmado, no queda ni una entrada. Y hubiésemos vendido miles más si hubieras aceptado tocar en el Wembley Arena.
Ya hemos hablado de eso.
-No quiero tocar allí. Me gusta la sonoridad del Albert Hall.
-Sólo digo que lo llenarías.
Las calles parecen arterias que reparten un líquido brillante por toda la ciudad.
-¿Con quien me han medido?
-¿Qué quieres decir?
Me giro y miro a Sandro a los ojos.
-La música no se puede calcular, ni traducir en puntos o clasificaciones. Para decidir que soy el mejor, digo, ¿Cómo lo hacen?
-Supongo que se basan en los millones de entradas vendidas. Además, la crítica te aclama allá donde tocas.
-Pero, ¿es mi música lo que les gusta?
-¿Y qué va a ser sinó?
-No lo sé, de verdad, no lo sé. Quizá deberíamos preguntárselo al diario.


Al acabar el concierto explota un mar de aplausos sonoros, como el granizo sobre el cristal, durante minutos que se hacen eternos.
Una de las veces que salgo saludar, me fijo en una mujer de la primera fila que está entusiasmada. Exageradamente emocionada. Mueve la cabeza y los brazos de una forma tan artificial que parece interpretar a un personaje cómico. Grita “bravo” hasta ponerse roja.
A veces juego a individualizar un aplauso o una voz entre la multitud.
En el caso de la mujer no es difícil pues su físico portentoso la acompaña en su afán por destacar. Una melena corta, rubia, rizada y un vestido verde azulón.
En la tercera fila dos ancianos han dejado de aplaudir. Parecen agotados.
“Maravilloso”, vocea la mujer de la primera fila.
En los laterales hay gente mirando el reloj y pensando que si no salen ahora se econtrarán llenas las escaleras de bajada.


Lo planeé ayer por la tarde y no ha sido dificil. De hecho, sólo necesitaba mi violín y algo de ropa arrugada. Y un sombrero calado para disimular el rostro. Las partituras no porque conozco las piezas de memoria.
He elgido una esquina céntrica por la que pasa muchísima gente durante todo el día.
Abro la funda del violín, la dejo en el suelo, abierta, y empiezo a tocar.
Las notas se ahogan primero en el mar sonoro de la calle pero no desisto.
Poco a poco los sonidos se unen para formar melodías que fluyen destacándose por fin.
Estoy interpretando el repertorio del concierto de anteayer por la noche.
La gente me mira. Podría decir que algunos se paran, que otros me señalan, que otros incluso cruzan a pocos centímetros de mí hablando por el movil; pero, sobretodo me miran. Termino la primera pieza. Tres o cuatro aplauden con desgana, más para justificar su presencia frente a mí que por ánimo de manifestar su entusiasmo. Dos parejas se acercan.
Dos monedas. Tres.
Otra.
La segunda pieza, más lenta, provoca la deserción de los pocos fieles que me escuchaban
Nadie se para, ahora ni me miran.
Estoy tocando el violín sólo entre la muchedumbre siempre renovada de la esquina.
Pasan cientos, miles de orejas, todas distintas, todas con la posibilidad de disfrutar gratuitamente del “mejor violinista del mundo”.
Y nadie se para.
Me ha parecido ver entre la gente a una mujer corpulenta, pelo rubio rizado en media melena informe. La mujer de la primera fila del concierto. Me ha parecido verla pasar, que me miraba de reojo y seguía su camino.
No sé si era ella. Pareció gustarle mi música la otra noche.
Creo que ella, por lo menos ella, se hubiera parado a escucharme.

¿QUE HE HECHO? (Versión 2.0)

Lleno mis pulmones de aire… aguanto la respiración…cierro con fuerza el ojo izquierdo… alargo y tenso los brazos… agudizo la vista… intento calmar las pulsaciones, sin éxito… noto como una gota de sudor nace en mi frente, recorre mi cara y muere en mis labios… localizo el objetivo… pero las pulsaciones me impiden mantenerlo fijo. Bajo el arma, cierro los ojos y respiro hondo.

Me encuentro en una trinchera. A mi derecha, hay un soldado gritando de desesperación. Tiene la cara llena de lágrimas y llora como si de un bebe se tratase. Esta encogido y temblando. Es incapaz de moverse del miedo que siente. Abraza el arma con ambos brazos como si su vida dependiera de ello, como si eso le protegiera. No tiene nada más a lo que aferrarse. Cree que si no la suelta, no morirá. Su cara solo muestra sufrimiento.

Unos metros a mi izquierda se encuentra otro soldado boca-arriba, gritando. Una granada de mano le ha arrancado el brazo. Varios chicos de la compañía intentan sujetarlo, pero parece tener la fuerza de cinco hombres. Se mueve de un lado a otro, como si eso le calmara el dolor. Su brazo no cesa de escupir sangre a chorros y la garganta parece que le va a estallar. En su cara solo hay sufrimiento.

De fondo, el silbido de las balas que pasan cerca de mi, las ráfagas de las ametralladoras y el estruendo de los cañones. Es como una orquesta…La Orquesta del Horror.

Centro la mirada en mi rifle. Lo agarro de nuevo y lo alzo hasta la altura de los ojos. Vuelvo a apuntar al objetivo. Es un hombre. Se encuentra medio camuflado en lo alto de un árbol. La densidad del follaje lo hace confundirse entre las hojas. Lo tengo justo en la mirilla. Aguanto la respiración…coloco el dedo en el gatillo… apunto… el sobresalto de una explosión cercana me hace cerrar los ojos y contraer el dedo...

Pasan unos segundos antes de ver como el cuerpo es sacudido por el impacto de la bala. Cae sin vida, golpeándose entre las ramas. Los brazos flácidos se agitan de un lado para otro. Finalmente, su cabeza queda bajo su cuerpo, boca-abajo, sobre unas rocas donde va creciendo una mancha oscura bajo él.

Me tiemblan las manos. Entonces pierdo el control de mi mente. Pienso en mi mujer, en mis hijos y les pido perdón, les pido perdón una y otra vez. Siento dolor, un dolor interno.

Miro el rifle, y lo dejo caer golpeando el suelo con dureza.

No se porque estoy luchando, no se por quien estoy luchando, no se que hago aquí, ni quien ha decidido que esté. Solo se que todos los que estamos aquí, queremos irnos. La conciencia no tiene piedad y veo a mis hijos y mi esposa…¡¡Dios mío!!…¿¿¡¡Que he hecho!!??…

¿QUE HE HECHO?

Lleno mis pulmones de aire… aguanto la respiración…cierro con fuerza el ojo izquierdo… alargo y tenso los brazos… agudizo la vista… intento calmar las pulsaciones, sin éxito… noto como una gota de sudor nace en mi frente, recorre mi cara y muere en mis labios… localizo el objetivo… pero las pulsaciones me impiden mantenerlo fijo. Bajo el arma, cierro los ojos y respiro hondo.

Me encuentro en una trinchera. A mi derecha, hay un soldado gritando de desesperación. Tiene la cara llena de lágrimas y llora como si de un bebe se tratase. Esta encogido y temblando. Es incapaz de moverse del miedo que siente. Abraza el arma con ambos brazos como si su vida dependiera de ello, como si eso le protegiera. No tiene nada más a lo que aferrarse. Cree que si no la suelta, no morirá. Su cara solo muestra sufrimiento.

Unos metros a mi izquierda se encuentra otro soldado boca-arriba, gritando. Una granada de mano le ha arrancado el brazo. Varios chicos de la compañía intentan sujetarlo, pero parece tener la fuerza de cinco hombres. Se mueve de un lado a otro, como si eso le calmara el dolor. Su brazo no cesa de escupir sangre a chorros y la garganta parece que le va a estallar. En su cara solo hay sufrimiento.

De fondo, el silbido de las balas que pasan cerca de mi, las ráfagas de las ametralladoras y el estruendo de los cañones. Es como una orquesta…La Orquesta del Horror.

Centro la mirada en mi rifle. Lo agarro de nuevo y lo alzo hasta la altura de los ojos. Vuelvo a apuntar al objetivo. Es un hombre. Se encuentra medio camuflado en lo alto de un árbol. La densidad del follaje lo hace confundirse entre las hojas. Lo tengo justo en la mirilla. Aguanto la respiración…coloco el dedo en el gatillo…apunto…

Pasan unos segundos antes de ver como el cuerpo es sacudido por el impacto de la bala. Y cae, sin vida, golpeándose entre las ramas. Los brazos flácidos se agitan de un lado para otro. Finalmente, su cabeza queda bajo su cuerpo, boca-abajo, sobre unas rocas donde va creciendo una mancha oscura bajo él.

Me tiemblan las manos. Entonces pierdo el control de mi mente. Pienso en mi mujer, en mis hijos y les pido perdón, les pido perdón una y otra vez. Siento dolor, un dolor interno.

Miro el rifle, y lo dejo caer golpeando el suelo con dureza.

No se porque estoy luchando, no se por quien estoy luchando, no se que hago aquí, ni quien ha decidido que esté. Solo se que todos los que estamos aquí, queremos irnos. La conciencia no tiene piedad de mi y hace que mi mente me muestre mis hijos y mi esposa…¡¡Dios mío!!…¿¿¡¡Que he hecho!!??…

GUSTAFF (versión 1.0)

GUSTAF O LA HISTORIA DEL SOLDADO ADOLESCENTE QUE LA NOCHE ANTES DE ENTRAR EN COMBATE LLORÓ, MORDIENDO LOS PLIEGUES DE SU MÁRFEGA PARA QUE LOS OTROS NO LO OYÉRAMOS GEMIR, Y, YA POR LA MAÑANA, CON EL SOL NARANJA ACARICIANDO DULCEMENTE SU ROSTRO, ABRAZADO A SU FUSIL, VOMITÓ HASTA QUE LE ARDIÓ LA GARGANTA.


Si el capitán no lo hubiera abatido a tiros, por la espalda, muchos también hubiesemos intentado huir.

Al despiste

Son las 9 de la noche, llevo conduciendo 1 hora, y ha oscurecido. Va siendo hora que me deshaga de este coche porque no acaba de ser el idóneo para intentar despistar a nadie. Mi intención es parar en el primer motel de carretera, bar, o lo que sea, que disponga de una zona de aparcamiento donde meter un cambiazo... antes lo pienso y antes aparece.

A la derecha, un cartel luminoso de color verde y parpadeante, anuncia el motel "Road". A medida que me acerco, veo que su aspecto no puede favorecerme más. De las cuatro farolas que tiene la zona de aparcamiento sólo funciona una y el resto, en el mejor de los casos, estan fundidas. La oscuridad me facilitará mucho la tarea de cambiar de coche porque cuesta diferenciar si hay alguien entre los vehículos. Reduzco la velocidad y apago las luces del Mustang para intentar pasar desapercibido. Dejo el coche al lado de una de las farolas en peor estado. Los pocos chicos de la zona la han utilizado de diana para afinar su puntería. Permanezco en el interior del coche durante unos segundos observando el lugar y veo que al otro lado de la carretera hay un bar-restaurante que parece ser parada de todos los camioneros. En el exterior, seis o siete camiones esperando a que sus dueños acaben de cenar y de tomarse la cerveza antes de continuar su camino. En ese momento llega una camioneta vieja y pequeña que tapa su carga con unas mantas. Aparca entre dos grandes camiones y apaga las luces. El conductor, de unos 65 años se dirige al interior del restaurante y se sienta en una de las mesas.

Esa camioneta me gusta, pero en esta ocasión no la robaré. Voy hacía el otro lado de la carretera en dirección a la camioneta, ayudándome de los grandes camiones y de las sombras para no ser visto. Al llegar desato las cuerdas que sujetan las mantas.

- Sacos de patatas. ¡Perfecto! -

Empujo algunos sacos para hacerme sitio y evitar que destaque mi cuerpo al taparme. Coloco la bolsa con el dinero del Restaurante, la 9 mm y... esto sigue tratándose de huir... vuelvo al otro lado de la carretera, al aparcamiento del "Road" y busco alguna motocicleta. Allí están, una al lado de la otra aparcadas junto a la entrada de las habitaciones.

- ¡Vaya, vaya, mirar que motos destacan sobre las demás!-

Dos Harley-Davidsons gemelas. El deposito, color negro, refleja la única bombilla superviviente, un gran faro redondo, dos retrovisores, asiento de cuero y cuatro tubos de escape. Mucha gente pagaría una pasta por subirse a una moto como esta. Justo antes de agarrarla me detengo...un problema... tiene unas barras antirrobo grandes como mi brazo y no hace falta que os diga que no llevo ningún soplete, ni cizalla con la que pueda cortarlas. Una lástima porque le hubiera dado un buen susto a su dueño. No me queda otro remedio que coger la moto que se encuentra a su derecha. Esta no tiene ningún tipo de cadena antirrobo y entenderéis enseguida porque su dueño prescinde de ellas. Las ruedas son tres veces más delgadas que la Harley, la anchura del depósito hace 4 veces menos que el de su compañera, el faro roto, el tubo de escape agujereado, el color desgastado y un asiento del que empiezan a asomarse trozos de espuma.

Arranco el único retrovisor que tiene y lo tiro al suelo. Empiezo a empujar la moto en dirección a la parte trasera del motel. Ahora que esta el retrovisor en el suelo y el mustang en el aparcamiento es hora de esconderla.

En la parte trasera del motel hay los restos de dos coches de los que queda la carrocería y poca cosa más. Están colocados sobre montículos de ladrillos, sin ruedas, ni cristales, ni asientos, ni puertas, ni volante... A poca distancia, unas cuantas cajas de madera mal amontonadas y un gran montón de bolsas de basura. Acerco la moto y la tumbo en el suelo. La rodeo con las cajas de madera y empiezo a amontonar todas las bolsas de basura hasta que queda completamente tapada. Después del esfuerzo, el dolor en las costillas vuelve y me recuerda la poca agilidad que tuve en el restaurante. Si me lo hubieran explicado todo antes de venir, me hubiera apuntado al gimnasio.

Me vuelvo hacia la camioneta y veo el dueño que continúa sentado, con los cubiertos en la mano y una jarra de cerveza sobre la mesa, así que subo a la parte trasera y me tapo con las mantas.

Esperaba ganar algo de tiempo mientras buscaban un hombre en motocicleta. Al menos a la policía porque ellos no saben que nunca he montado en moto.

DE VIATGE (versió 2.0)

A la cuina d’un pis antic de l’eixample barcelonès.
Ell vesteix una camisa afelpada ens tons grisos i marrons. S’està dret, arrepenjat al marbre del costat dels fogons i la mira.
Ella trajina, fent que no el veu, nerviosa. De l’armari als fogons i dels fogons a la nevera. Li costa ajupir-se i evidencia l’esforç fent un gest agri amb la boca.
La cassola que ara desa es la mateixa que ha tret uns minuts abans fent un gran terrabastall metàl·lic que ha interromput el silenci dens de l’estança.
Al terra de mosaics de colors, les rajoles trencades es queixen feixugament quan ella les trepitja en el seu anar i venir.
Llum esmorteida provinent d’un fluorescent blanc al sostre.
-He trobat això a la calaixera. És d’aquest matí- diu ell, per fi.
Ella, que sap què es proposa, calla, amagant-se al rebost.
-Com és que tens una targeta de tren de dues zones?
-M’he equivocat al comprar-la. Ja saps com són aquestes màquines de botonets i llumetes... No tenim edat per les pantalles ni les instruccions enllaunades. Abans només calia demanar “un bitllet, si us plau”. M’he adonat quan ja l’havia picat a l’entrar. Què vols per dinar? Tenim fideus d’ahir.
-I on has anat que necessitaves dues zones?
-Ja t’he dit que m’he equivocat al comprar-la. També podem fer arròs amb bolets.
-Com que aquí ja et coneixen, cada vegada vas més lluny.
-Que no em creus?
-No és bo que rodis tot el dia amb el cap emboirat. Ho hauries de deixar estar.
-He anat a fer uns encàrrecs i m’he equivocat de bitllet. Les maleïdes màquines. Això és tot. I si no em creus és el teu problema.
-Fa massa temps que dura aquesta història. Que no entens que em preocupo per tú?!
-Si pensessis en mí no m’interrogaries ni em creuries mentidera.
-Podem comprar llibres o pel·lícules documentals. Així no caldrà que vagis a les agències.
-No m’has dit si prefereixes fideus o arròs...
-Llibres grans amb moltes fotos ... ara fan uns documentals increïbles...
Ella se’l mira fixament. La conversa s’acabarà.
-Ja tornes a parlar-me com a una nena petita. Si vulgués llibres, ja me’ls hauria comprat.
I girant-se cap a la nevera:
-Faré fideus.





Desparant la taula.
Han dinat en silenci mirant-se els propis plats, absorts com si veiessin passar la vida en ells.
S’aixequen al so d’una ordre que només ells han sentit i es mouen mecànicament, passos de ball apresos a força de repetir-los durant d’anys, mai alterats, mai qüestionats.
Soroll de plats, coberts i copes que es barallen. Fan viatges fins la cuina i es creuen a mig camí, al costat de la porta del menjador.
-No vull llibres amb fotos ni documentals, de veritat.
-Però alguna cosa hem de fer...
-Parles com si estigués malalta i estic bé. No necessito els maleïts llibres.
-I llavors què? Seguiràs entrant a les agències i preguntaràs per la possibilitat de fer un viatge a un país llunyà, allotjant-nos en els millors hotels...
-Els llibres no expliquen els detalls que a mí m’agraden.
-... deixaràs que la noia, emocionada davant la perpectiva de vendre un viatge tan car, t’aclapari amb tota la informació que tú li demanis....
Ella ara ja no el mira.
-... i que et respongui totes les preguntes sobre tots els detalls, fins els més absurds i innecessaris.Voldràs saber com són els jardins, les excursions, les platges, la roba de llit dels hotels...
Ella aixeca el cap i el desafia. Li ha canviat la cara i els ulls li brillen intensament. Ara somriu amb els llavis fins, apretats.
-Avui l’esmorzar al Soneva Ghili de les Maldives era excel·lent, a l’alçada d’aquell de Bali de l’any passat, te’n recordes?
-Ho veus?! Ja hi tornes.
-Te l’has perdut.
-Tant com tú.... Tant com tú.
Ho diu mentre es retira, brandant el cap. No esperava que ella es fes forta.
-No, que tenia de tot! Podies triar les barrejes dels sucs de fruita que vulguessis i te’l servien a la terrassa, a una taula envoltada de flors vermelles.
-Creu-me, m’agradaria que ens ho puguessim permetre, de veritat.
-Si haguessis vist la platja! Cada habitació tenia unes tumbones reservades a la vora de l’aigua, gairebé on l’escuma et toca els dits dels peus, amb un joc blanquíssim de tovalloles.
-Però amb les dues pensions amb prou feines podem viure a casa...
-I et servien tot tipus de begudes i xarrups de fruites! I l’aigua? L’aigua era turquesa, de veritat, semblava com si fos vidre líquid.
-Prou!
-Què?
-Para! No m’escoltes! Ja tornes a fer el de sempre: t’engresques i ja no es pot parlar amb tú.
Ell surt de l’habitació i torna a entrar abraçat a una jaqueta.
-Marxo. Arribaré per sopar.


Ella s’està posant la camisa de dormir al bany, amb la porta mig oberta –i mig tancada-, suficient perque ell vegi per l’escletxa ara un braç, ara una cama, ara un vol de roba.
Ell està estirat al llit, tapat, amb només el nas –que apunta al sostre- i els ulls al descobert. Baixa els lleçols fins la barbeta per parlar.
-Demà podríem anar a dinar amb els Cumis i després podríem anar al teatre.
Els llums de les tauletes de nit són com dos fars en la foscor del dormitori.
Ella ha obert la porta del bany de bat a bat i es pentina. Es mira al mirall.
-Te’n recordes d’aquell creuer? No em podia creure que un vaixell pugués tenir sala de cine.
-No vull sentir les teves fantasies una altra vegada, bona nit.
Es gira cap a la paret, donant-li l’esquena. Parlarà amb el cap recolzat al coixí, amb la mirada perduda.
-Has d’entendre que jo prefereixo ignorar allò que no tinc ni tindré mai. La consciència de la pròpia incapacitat és massa dolorosa.
Deixa el raspall a la repisa del costat de l’aigüera i s’acosta al llit
-Incapacitat? Però si tenim salut! I poques obligacions!
-Sí, però ni un cèntim.
Ella li posa la mà a l’espatlla. Si ell la pugués veure ara, descobriria que mai els ulls li han brillat tant. Parla fluixet.
-Jo només escolto el que m’expliquen i això no val diners.
Ell es gira d’una revolada i la mira.
-I què guanyes amb escoltar-ho? El que t’expliquen no és real. Tú mai hi aniràs.
-Ja ho sé. Però és com si hi anés, de veritat. És com si hi hagués estat.
-Mai hi aniràs.
Es torna a tombar cap a la paret. I repeteix “Mai hi aniràs” amb la solemnitat –i la cruesa- d’un epitafi.
Ella torna a ser al bany, davant el mirall, i es pentina.
-A les Maldives, per exemple, hauries d’haver vist quin taulell d’escacs hi havia a la platja, amb unes figures enormes d’escuma que semben personetes. Imagina’t, jugar als escacs mentre prens el sol!
-Bona nit.
-I ara que estic més morena, pel sopar de gala de l’última nit a l’hotel em podria posar aquell vestit de seda rosa, saps?, aquell que em vaig comprar pel casament de la Marguisa i que em ressalta tant el color dels ulls.